Texto de María Galindo
El día que partió a la marcha hace casi dos meses, ella dejó todo muy bien ordenado, recogió el tacu, las hamacas, los mosquiteros y guardó todo no en el ropero porque no hay, ni se necesita uno, sino simplemente dentro, en una esquina del pahuichi.
Envolvió lo que llevaría en un trapo; apenas unas poleras, algo de ropa para las dos niñas que van con ella. Lo hizo todo con mucha calma y sin medir el esfuerzo, sin medir el tiempo, sin medir el riesgo. Se preparó para la marcha bañándose y bañando a las niñas, llevó poca ropa, poca comida y poco de todo porque la única medida que conoce es lo poco, lo necesario de todo.
Salió de su casa sin chapa, sin teléfono, sin refrigerador, sin televisión, sin ventanas de vidrio, y dejó la puerta trancada con uno de los palos que suele estar perezoso apoyado en el no muro esperando su turno para ser útil, el otro palo se lo llevó de compañero a la marcha.
Sé tan poco de ella que no alcanzo a comprenderla; por eso, su retrato es borroso, apenas unas líneas inseguras, pero es tanto lo que me dice esa mujer sin haber hablado jamás conmigo que no puedo dejar de intentar entenderla, interpretarla aunque sea sospechar de quién se trata.
Imagino que tiene desarrollados todos sus sentidos a la más fina plenitud, que escucha desde lejos a los pájaros, que su mirada es de águila, que puede ver en la oscuridad, que puede oler la lluvia, los animales, las flores, las frutas y los tiempos de la vida con certeza y desde lejos. Por eso sabe que la carretera destruirá todo su mundo y también el nuestro.
Ella es una mujer insignificante consciente de lo insignificantes que somos los seres humanos en medio de la naturaleza, se sabe pequeña y sabe que todos somos poca cosa frente a los árboles, que somos nada frente al cielo, que los ríos tienen gran potencia y que hay que respetar las hojas, los gusanos, las serpientes y los pájaros. Por eso es también una mujer respetuosa.
Por eso mismo resulta muy difícil para un ministro negociar con ella, porque no te mira con reverencia sino con humildad. No entiende cualquier lenguaje; hay que hablar poco, clarito y sin rodeos. Por eso tiene la fuerza de tomar a un canciller del brazo y obligarlo a caminar lado a lado como iguales.
Su piel es morena pero se me hace una mujer de piel verde amazónico con la textura de las hojas de los árboles, verde amazónico encendido de vida, un verde que no existe en ciudad alguna. El verde más vivo y más sensual que hay en la tierra.
Es una mujer acompañada, no va sola por el mundo, está siempre rodeada de niñas y de niños. Rodeada de los otros y las otras, por eso es una mujer grupo adherida su suerte a la suerte de todos y de todas sin desprenderse de los ríos, de las plantas y de los animales.
La mujer que marcha en defensa del TIPNIS no emite discursos. Es una mujer que no tendría ninguna otra actividad más importante que defender la selva; es una mujer que no tiene ninguna otra vida que no sea la de la selva misma y que no separa su destino del destino de todo lo que la rodea.
Sabe pescar, sabe hacer fuego, sabe cosechar frutos silvestres, conoce las plantas, las hojas a las que les ha dado nombre sin consultar diccionario ni enciclopedia alguna.
Sonríe con facilidad, se alegra con pequeñas cosas y sueña con que el mundo y la naturaleza sean infinitas y la entierren y le den nueva vida para que se reencarne en una abeja, en un colibrí, en un loro, en un mono para ser mujer, fruta, animal y lluvia.
Ésa es la mujer que fue acusada de secuestrar al canciller cuando sólo demandaba agua para bañar a sus wawas.
Esa mujer fue arrastrada, atada y silenciada.
Esa mujer fue cargada como animal muerto en una camioneta mientras le arrebataron sus hijas de los brazos.
El llanto profundo de ella y de sus wawas va a quedar atrapado en la selva como señal de traición, de humillación, de dolor y de mentira. Los gases lacrimógenos ahogaron a sus niños que jamás habían visto a un policía y que presos del espanto huyeron en medio de la oscuridad al río, a refugiarse en los árboles y en la naturaleza que les acoge.
Ésa es la mujer y la comunidad que fue humillada en nombre no de una carretera, sino de un contrato y de un crédito millonario, fraudulento y corrupto que no beneficia a los pueblos indígenas, sino a los burócratas del Gobierno.
¡Evo, dijiste que todo cambiaría, mentira, mentira la misma porquería!
María Galindo es miembro de Mujeres Creando.
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