domingo, 23 de octubre de 2011

Cuento para Evo Morales


Gustavo Duch Guillot – Consejo Científico de ATTAC
Siente los primeros mareos, pesadez de cabeza y todos los sentidos se le avivan. Unos compañeros lo sujetan con fuerza, pareciera que su cuerpo y alma quisieran salir volando. Ha tomado unos sorbos del cocimiento –del conocimiento– de la ayahuasca.
Ya está en el aire, los primeros rodeos no le alejan mucho del poblado. Las chacras muestran sus cultivos, el río y sus meandros hacen espirales y unas viejitas encogidas cocinan cuyes. Es un buen día, es un buen vivir.
El narcótico redobla su efecto y el vuelo gana altura. Será mentira, pero sobre las copas de los árboles ve descansar lagos deliciosos donde unos muchachos pescan cocos y aguacates. Lagartos y serpientes caminan de pie y se besan sin recato. Casi rozando su cuerpo unos pelícanos le gritan con malos modales: síguenos.
Los hombres sienten la tensión en su cuerpo, tienen que sujetarlo con lianas, está sudando y los músculos se le agarrotan.
Los pelícanos en cada aleteo se van transformando para hacerse buitres prehistóricos. Están hambrientos y él es su presa. Debe darse prisa, consigue ganar unos metros, cuando una tormenta descarga sus primeros rayos. Un rugido como de puma es el trueno, y las nubes abren fauces de terrible aliento. Al sentir que se desplomará da una última mirada a su selva.
Lo han estirado en una hamaca, con un paño le humedecen la frente. Saben que trae las respuestas pero tienen paciencia. Siempre tuvieron, es propia de los pueblos amazónicos, y les salvó de todas las colonizaciones y todas las conquistas; de los misioneros, de los espías y de los caucheros; del huracán y del torrente.
–Una gran incisión quebrará nuestra selva –dice–. Más ancha que el río, recta como el tronco del tahuarí, y muerta: ni las aves la sobrevuelan, ni las fieras la pisan, ni los peces la nadan, ni los árboles la taladran. Morirá desangrada la Tierra que nos acoje y las últimas gotas que pierda seremos cada uno de nosotros.
***
Dicen que fue, apreciado Evo, el último tetete que adivinó y contó lo que pasaría: pasaría una carretera para permitir el viaje del petróleo desde la Amazonia ecuatoriana a Estados Unidos. Y con ella desapareció el pueblo Tetete, se perdió su gente, su cultura, su forma de vivir y sólo ganaron Texaco y Gulf.
Una carretera lleva de un sitio a otro. La propuesta que (ahora) están revisando para el Tipnis conduce del bienestar y buen vivir al extractivismo y la explotación. A velocidad de autopista y sobre alquitrán. Con muchas prisas y sin la paciencia ancestral de las y los tetete.
Recuerdo y admiro sus propuestas para Bolivia, las del pueblo que se las encomendó. Tenían forma de pequeños caminos descascarados, sinuosos, complicados, de fácil extraviarse. Pero se hacían a pie y con manos enlazadas.
No a las carreteras, sí a los caminos.
Artículo publicado en La Jornada

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