Más del Tipnis
Qué duda cabe que se ha escrito ya mucho sobre lo que sucede en torno al Tipnis. Sin embargo, creo que hay que insistir un poco más en su análisis, partiendo de la tesis de que éste no es un problema más en la nutrida agenda de conflictos existentes en el país, sino que constituye aquel tipo de problemas que marca “un antes y un después” en el devenir de un país.
Tres razones explican el por qué de esta consideración/hipótesis. Primero, por colocar sobre la agenda, y en entredicho, los “pilares de consenso” del actual modelo de desarrollo: la demodiversidad, el modelo estatal de desarrollo (económico) y la plurinacionalidad. Segundo, por congregar en un mismo momento y lugar a los actores de mayor relevancia en la vida nacional. Relevancia medida en términos de erigirse como los actores más prominentes de la actual estructura de poder. Y, tercero, por su capacidad de constituirse en una ventana metodológica de reflexión de lo que ocurre excepcionalmente en la historia de un país.
1. Pilares convertidos en contradicciones. Primera contradicción: el discurso se desgañita por remarcar la plurinacionalidad pero el Gobierno prefiere la monoculturalidad cocalera.
Segunda contradicción: el socialismo comunitario o la economía comunitaria han sido las banderas de reivindicación masista, pero la realidad se decanta por un modelo de neoextractivismo popular.
Tercera contradicción: el respeto por las minorías étnicas como corolario justo a la ratificación legal de la Declaración de los Derechos de los Pueblos Indígenas, se vuelve letra muerta frente al huayqueo gubernamental/sindical contra los derechos de los tres pueblos indígenas del Tipnis.
Cuarta contradicción: la soberanía como carta de presentación frente al unilateralismo yanqui verdaderamente abusivo se difumina frente a papá Brasil, omnisciente actor de quien dependemos y a quien guiñamos el ojo de forma sumisa.
Quinta contradicción: el reconocimiento y ensalzamiento a la “democracia de las calles” que permitió el ascenso del primer presidente indígena es basura oportunista frente al reconocimiento de que ese mismo pueblo que, de forma madura catapultó a Morales a la presidencia, hoy sólo es un conjunto de infiltrados/manipulados de la Embajada.
Y, finalmente, sexta contradicción, el respeto por las “hermanas hormigas” y los “hermanos jocollos” es discurso pachamámico más falso que dólar anaranjado.
2. Actores en juego. Primer actor: los cocaleros. Baluarte de la revolución, como vanguardia indígena, símbolo de la lucha antiimperialista y “representantes” del campesinado pobre. No hay duda que se los pretende beneficiar, teniendo presente que la permisividad del Gobierno alienta mayores migraciones hacia el Chapare y, con ello, mayor presión sobre las oligarquías cocaleras que antes que competir o ceder tierra (téngase en cuenta que más del 50 por ciento de los cocaleros tienen más de un k´atu en posesión y algunos hasta seis o siete) prefieren extenderse.
Segundo actor: las “fracciones burguesas de la cocaína”, seguramente arrimadas cada vez más al bastión andino cocalero, que podrán cobrar mayor autonomía frente a sus pares peruanos y brasileños (pujando por una auténtica nacionalización del negocio) además de consolidar las “nuevas” rutas de acceso de la cocaína al Brasil por el norte de Bolivia.
Tercer actor: las oligarquías del norte Amazónico dedicadas a la ganadería/madera (legal e ilegalmente, y en este último caso contrabandeando madera, sobornando funcionarios estatales y cooptando indígenas) que no sólo restarán mercado a sus pares no menos oligárquicos de Santa Cruz pero que estarán en deuda con el MAS frente al “imperialismo” cruceño. El MAS cambiará oligarcas ajenos por oligarcas propios (parafraseando a algún presidente gringo, se podrá decir “son unos hijos de puta pero son nuestros….”), consolidando un modelo neopatrimonial nada revolucionario.
Cuarto actor: el Brasil, del que somos y debemos ser más dependientes que nunca. Al cerrarse diversos mercados del gas (Estados Unidos ganado por Camisea) e “independizarse” otros (Brasil mismo que encontró gas en Santos o Chile que prefiere comprar gas licuado y regasificarlo en Quinteros). Téngase en cuenta que el modelo de rentismo generalizado a través de bonos o transferencias fiscales no condicionadas a las autonomías depende de ello. En tal sentido, lo mejor es no irritar a papá Brasil y dejarlo poner en marcha sus represas y, sobre todo, su “Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana”.
Y, quinto, los actores petroleros, representantes del capitalismo corporativo/extractivista, cuya esperanza está en lucrar así sea a costa de todos los pajaritos/indiecitos/plantitas que haya de por medio.
3. Metodología de análisis. Ya se sabe de antaño que la crisis es un momento privilegiado de análisis pues devela, sin matices ni máscaras, lo que sucede. Es éste, precisamente, ese momento. Lo que suceda no tiene retorno (al menos, en caso de retornarse, no será un retorno sin pelea). Es un momento constitutivo. Si se hace lo que el Gobierno quiere ganan los actores descritos (y no los indígenas ni los bolivianos) y los pilares de consenso se decantan de una manera diferente a la comprometida. Si pierde, se sienta un precedente. No definitivo, pero si de índole tanto moral como práctica nada desestimables. Si las Guerra del Agua o del Gas significaron que ya nunca más, desde aquel instante, se podría decidir la puesta en marcha de políticas públicas relativas a los recursos naturales de forma tecnocrática, sino con el concurso de la población, del mismo modo hoy se sedimenta otro hito histórico: nada relativo al daño al medio ambiente, puede aplicarse de modo autoritario. A no ser que sea a costa de quebrar todo principio. Triunfo, que, de todos modos, tendrá pies cortos.
Tres razones explican el por qué de esta consideración/hipótesis. Primero, por colocar sobre la agenda, y en entredicho, los “pilares de consenso” del actual modelo de desarrollo: la demodiversidad, el modelo estatal de desarrollo (económico) y la plurinacionalidad. Segundo, por congregar en un mismo momento y lugar a los actores de mayor relevancia en la vida nacional. Relevancia medida en términos de erigirse como los actores más prominentes de la actual estructura de poder. Y, tercero, por su capacidad de constituirse en una ventana metodológica de reflexión de lo que ocurre excepcionalmente en la historia de un país.
1. Pilares convertidos en contradicciones. Primera contradicción: el discurso se desgañita por remarcar la plurinacionalidad pero el Gobierno prefiere la monoculturalidad cocalera.
Segunda contradicción: el socialismo comunitario o la economía comunitaria han sido las banderas de reivindicación masista, pero la realidad se decanta por un modelo de neoextractivismo popular.
Tercera contradicción: el respeto por las minorías étnicas como corolario justo a la ratificación legal de la Declaración de los Derechos de los Pueblos Indígenas, se vuelve letra muerta frente al huayqueo gubernamental/sindical contra los derechos de los tres pueblos indígenas del Tipnis.
Cuarta contradicción: la soberanía como carta de presentación frente al unilateralismo yanqui verdaderamente abusivo se difumina frente a papá Brasil, omnisciente actor de quien dependemos y a quien guiñamos el ojo de forma sumisa.
Quinta contradicción: el reconocimiento y ensalzamiento a la “democracia de las calles” que permitió el ascenso del primer presidente indígena es basura oportunista frente al reconocimiento de que ese mismo pueblo que, de forma madura catapultó a Morales a la presidencia, hoy sólo es un conjunto de infiltrados/manipulados de la Embajada.
Y, finalmente, sexta contradicción, el respeto por las “hermanas hormigas” y los “hermanos jocollos” es discurso pachamámico más falso que dólar anaranjado.
2. Actores en juego. Primer actor: los cocaleros. Baluarte de la revolución, como vanguardia indígena, símbolo de la lucha antiimperialista y “representantes” del campesinado pobre. No hay duda que se los pretende beneficiar, teniendo presente que la permisividad del Gobierno alienta mayores migraciones hacia el Chapare y, con ello, mayor presión sobre las oligarquías cocaleras que antes que competir o ceder tierra (téngase en cuenta que más del 50 por ciento de los cocaleros tienen más de un k´atu en posesión y algunos hasta seis o siete) prefieren extenderse.
Segundo actor: las “fracciones burguesas de la cocaína”, seguramente arrimadas cada vez más al bastión andino cocalero, que podrán cobrar mayor autonomía frente a sus pares peruanos y brasileños (pujando por una auténtica nacionalización del negocio) además de consolidar las “nuevas” rutas de acceso de la cocaína al Brasil por el norte de Bolivia.
Tercer actor: las oligarquías del norte Amazónico dedicadas a la ganadería/madera (legal e ilegalmente, y en este último caso contrabandeando madera, sobornando funcionarios estatales y cooptando indígenas) que no sólo restarán mercado a sus pares no menos oligárquicos de Santa Cruz pero que estarán en deuda con el MAS frente al “imperialismo” cruceño. El MAS cambiará oligarcas ajenos por oligarcas propios (parafraseando a algún presidente gringo, se podrá decir “son unos hijos de puta pero son nuestros….”), consolidando un modelo neopatrimonial nada revolucionario.
Cuarto actor: el Brasil, del que somos y debemos ser más dependientes que nunca. Al cerrarse diversos mercados del gas (Estados Unidos ganado por Camisea) e “independizarse” otros (Brasil mismo que encontró gas en Santos o Chile que prefiere comprar gas licuado y regasificarlo en Quinteros). Téngase en cuenta que el modelo de rentismo generalizado a través de bonos o transferencias fiscales no condicionadas a las autonomías depende de ello. En tal sentido, lo mejor es no irritar a papá Brasil y dejarlo poner en marcha sus represas y, sobre todo, su “Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana”.
Y, quinto, los actores petroleros, representantes del capitalismo corporativo/extractivista, cuya esperanza está en lucrar así sea a costa de todos los pajaritos/indiecitos/plantitas que haya de por medio.
3. Metodología de análisis. Ya se sabe de antaño que la crisis es un momento privilegiado de análisis pues devela, sin matices ni máscaras, lo que sucede. Es éste, precisamente, ese momento. Lo que suceda no tiene retorno (al menos, en caso de retornarse, no será un retorno sin pelea). Es un momento constitutivo. Si se hace lo que el Gobierno quiere ganan los actores descritos (y no los indígenas ni los bolivianos) y los pilares de consenso se decantan de una manera diferente a la comprometida. Si pierde, se sienta un precedente. No definitivo, pero si de índole tanto moral como práctica nada desestimables. Si las Guerra del Agua o del Gas significaron que ya nunca más, desde aquel instante, se podría decidir la puesta en marcha de políticas públicas relativas a los recursos naturales de forma tecnocrática, sino con el concurso de la población, del mismo modo hoy se sedimenta otro hito histórico: nada relativo al daño al medio ambiente, puede aplicarse de modo autoritario. A no ser que sea a costa de quebrar todo principio. Triunfo, que, de todos modos, tendrá pies cortos.
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